No ha sido una celebración normal, está claro. Pero nos ha permitido volver a oir el tambor por nuestras calles, los cencerros en la Iglesia y el consabido grito de "Alabado sea el Santísimo Sacramento".
Nos hemos quitado de alguna manera "el gusanillo", la verdad, pero arrancamos el cronómetro para el próximo año que, esperemos, pueda celebrarse con todo su esplendor.